Tras nutrirse y crecer gracias a su relación con Oriente, a finales de la Edad Media, Europa se transformaba de un sistema productivo artesanal a pequeña escala a la producción en masa.
Las ciudades aumentaban rápidamente y con ello la necesidad de recursos naturales. La burguesía se enriquecía y, junto a la nobleza y el clero, demandaba más recursos para mantener un estilo de vida que reflejara su nuevo estatus.
Las potencias europeas, en plena competición por aumentar su poder, comenzaron a buscar recursos en nuevas tierras con los que abastecer sus territorios. Estos territorios, habitados por otros pueblos, fueron renombrados, adjudicados y colonizados por esa nueva identidad histórica que hoy conocemos como Europa.
Tras los primeros viajes, las potencias europeas crearon grandes corporaciones empresariales llamadas compañías. Mientras, iban controlando pequeños territorios que les permitían asentarse en una zona y expandir progresivamente sus colonias.
Las sociedades originarias, inestables tras la llegada de los colonos, eran sometidas mediante la fuerza militar y la violencia.
El propósito de controlar a los habitantes y sus territorios se alimentaba estratégicamente de ese desequilibrio incitando los conflictos internos. Los ejercicios de resistencia eran apaciguados por el brazo “pacificador” de la Iglesia y, pese a la lucha, finalmente las colonias pasaban a ser territorios anexionados sometidos al control de las metrópolis europeas.
Las primeras rutas de comercio
que se conocen comunicaban
Bharat (India) y
Zhōngguó (China)
con Europa
Estas vías servían tanto para importar como para exportar mercancías en unas transacciones comúnmente atravesadas por cruentas batallas.
Con el restablecimiento de los vínculos comerciales hechos por los portugueses, y el establecimiento de nuevas rutas marítimas, su uso se tornó una vía rápida de extracción de todo aquello que resultara útil para Europa.
El desarrollo de este “nuevo comercio”, daba la oportunidad de ampliar la riqueza cultural y estética, destacando el poder de los poseedores.
Además de productos manufacturados, en las colonias se trataba con toda clase de materias primas, animales y personas para enviar a Europa, siendo sumamente complejo y problemático el transporte de los últimos. La extracción de animales habitualmente terminaba con su fallecimiento ya que solían carecer de cuidado y conocimientos sobre sus necesidades. Los viajes eran muy largos y, durante el trayecto, muchos morían en sus jaulas o a su llegada, por la imposibilidad de aclimatarse. Se ignoraba la pertenencia a su medio natural y la necesidad recíproca de su presencia en este.
LOS PEDIDOS SE HICIERON INCESANTES
tener un animal exótico
vivo o muerto
se convirtió en una seña de
riqueza y poder,
siendo la segunda opción
la elegida por aquellos
que no tenían la posibilidad de
adquirir y mantener animales vivos.
Aquellos que requerían mayor atención, por su tamaño o fiereza, eran extraídos junto con cuidadores específicos considerados parte del conjunto del animal; que, llevados únicamente de estar destinados a los dueños más ricos y a nobles y aristócratas, eran responsables de mantener vivos y en buenas condiciones a animales en contextos completamente adversos.
Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, en Europa se creaban importantes menageries (casas de fieras) en las que la nueva fauna y flora reflejaba el dominio de los nobles sobre determinados espacios territoriales.
Estas escenografías del poder colonial hacían de los animales los obligados protagonistas, siendo reemplazados tantas veces como fuera necesario.
Con un elevado valor político, las menangeries obtenían sus recursos y sus conocimientos de un desarrollo científico pretendidamente descriptivo elaborado en torno a la voluntad de los monarcas y sus procesos de dominación.
En los interiores de muchos de esos palacios, en espacios más modestos e incluso en muebles, se crearon colecciones de infinidad de objetos y reliquias. Estos protomuseos, conocidos como gabinetes de curiosidades o cuartos de maravillas, fomentaron el gusto por lo exótico, popularizando los objetos en los que se representaban imágenes, estampados o escenas de animales, frutas o vegetación del erróneamente llamado “Nuevo Mundo”.
Durante el siglo XVI,
el Sudeste y el Sur de Asia era conocido como
las "Indias Occidentales",
mientras Abya Yala (América Latina),
Turtle Island (América del Norte)
y las islas de Caribe
se denominaba "Indias Orientales".
Sin embargo la etiqueta delle Indie (de las Indias), muy común en los inventarios de la familia Medici,
era usada para identificar especies y objetos indistintamente de su verdadero origen.
La ignorancia y la despreocupación por contextualizar la procedencia geográfica y cultural de todo y todxs
quienes llegaban a Europa promovió un lenguaje que fundamentalmente subrayaba la diferencia y lo ajeno,
a la vez que invisibilizaba los contextos culturales y sus sistemas de simbolización, subjetivación y representación.
Rarissima (raro), stranissima (extraño), straniero (extranjero)
o los adjetivos orientali e indiane (que significan oriental e indio respectivamente)
eran algunas de las palabras más comunes con las que describir
aquello que resultaba no familiar, no local o desconocido.
En el caso de lo “indio” quedaba patente no referirse a aquellxs habitantes en torno al río Indo,
sino a un intento por señalar a diferentes pueblos bajo un nombre genérico
que representaba el lugar que ocupaba en la escala de valores europeos.
Ciertos metarrelatos mantienen
que la base del proyecto civilizador occidental,
es decir, de la Modernidad
(lo que sustenta la idea de Europa
que hoy se considera globalmente),
se constituyó a través de
los propios procesos colonizadores.
Esta visión, revisada en la actualidad por los estudios decoloniales, se basa en la consideración de que los discursos coloniales se articulan partiendo de ideas categóricas que niegan de base a “lxs otrxs” su calidad de “sujetos” con plenos derechos, despojándolxs de sus identidades originales, para posicionarlos en el lugar de un “otro” negado y subordinado.
La desaparición de la diversidad que constituyen los grupos discriminados era fundamental en todo proceso colonizador, compartiendo en cada caso una serie de patrones utilizados para reducir la consideración de lxs sujetxs a seres sin agencia. Esta estrategia, que continúa vigente y se aplica en procesos opresivos de diversa índole, reproduce la máxima de que “lo que no se nombra, no existe”.
El uso de los animales
estuvo intrínsecamente ligado a la
construcción del poder
y la expansión colonial
de los estados europeos.
La imagen del poder imperial,
encarnado, entonces,
por gran parte de las monarquías europeas,
se construyó mediante
el sometimiento de “las bestias”,
haciendo referencia tanto
a animales como a personas.
La dominación y explotación, una característica de las prácticas coloniales iniciadas a finales del siglo XV, sigue vigente en la actualidad. Los animales son parte fundamental del sistema de producción y son utilizados como mano de obra, como alimento, en investigación o para usos recreativos.
El uso de animales exóticos como regalo, muy común antaño y en creciente popularidad en la actualidad, provocó que elefantes, jirafas, rinocerontes, leones, leopardos, monos y todo tipo de aves se utilizaran como obsequio para los monarcas europeos. Sus cortas vidas se reemplazaban por otras incesantemente y sus cuerpos y su imagen pasarían a engrosar las colecciones naturalistas tanto científicas como decorativas.
El legado de este sistema, basado en la violencia, la privación de libertad y el sometimiento como reflejo del poder de los imperios europeos sobre la naturaleza “salvaje”, continúa intacto en los cientos de zoológicos repartidos hoy día por el mundo.
Con las RRSS y la sobreexposición de algunxs famosxs e influencers, el reclamo de lo exótico resulta, de nuevo, muy rentable. Fotografiarse junto a animales salvajes y lugares exóticos, una práctica que nunca ha dejado de ser común, impulsa la creación de negocios legales e ilegales de venta, explotación y exposición de animales para fines turísticos y recreativos que provocan la reducción de poblaciones de determinados animales en estas regiones.
Quinientos años después
del auge de los viajes europeos a ultramar,
las lógicas del sistema capitalista
continúan reproduciendo las prácticas coloniales.
Los procesos de explotación
y extracción de riquezas y recursos
sigue utilizando al sur global
como el gran proveedor del planeta
al tiempo que empobrece a sus habitantes
y destruye sus ecosistemas.
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